Tengo, por mi experiencia hasta hoy, el profundo convencimiento de que la pedagogía waldorf necesita urgentemente un impulso y una renovación. Ni aquí en España ni en ningún otro lugar sirve ya solo la autocomplacencia  y, ni siquiera, solo las buenas intenciones.
Hacer de esta necesidad una virtud significa, primero, una verdadera toma de conciencia de la situación, reconociendo las dificultades por las que pasa el magisterio waldorf en cuanto al reciclaje y contínua preparación acorde a las cambiantes características de los alumnos que nos llegan.  Y segundo, la necesidad del convencimiento de que esta necesidad de renovación debe empezar  por la acción sobre uno mismo como persona, como educador y como creador.
La autoeducación, que conlleva una gran lucha interna, debiera conducirnos a un profundo cambio personal y, sobre todo a una renuncia del maestro de hoy en lo que se refiere a la necesidad que tenemos de aparentar saber lo que no sabemos,  de creernos dueños absolutos de la verdad que encierra el método waldorf, y que muchas veces queremos imponer a los demás como si de un dogma se tratara; exactamente igual al que criticamos cuando lo representan los demás en otros ámbitos.
Creo que la Pedagogía Waldorf ha perdido fuelle. Se ha sustentado mucho tiempo de la herencia recibida y ya tiene la edad de  empezar a caminar sola, mostrando humildemente su maravillosa y profunda teoría, pero sin olvidar  que lo que la hace moderna es su esencia y naturaleza práctica. Reintentémoslo creándola de nuevo, con nuestro toque personal y sin perder su profunda naturalidad universal.